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¡BIEN CLARITO! Las palabras de Nacho para quienes juzgan su «supuesto» amor por Venezuela

Hay gente que me pregunta el por qué del amor “que digo sentir” por Venezuela y el cómo del nacimiento de mi “supuesto” espíritu de defensa a la patria que me parió. Las palabras que cerré entre comillas, además de ser insultos que he decidido pasar por alto para no desgastar mi energía en eso, son una manera de demeritar la veracidad de un sentimiento que creció en mi pecho mucho antes de decidir mudarme del país. Vale acotar que mis razones para partir, nada tienen que ver con la situación actual de Venezuela.

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Las ansias de crecer como profesional y de probar el potencial de los jóvenes de mi tierra, me impulsaron a buscar maneras de mostrar en otras fronteras lo que desde niño estuve aprendiendo. Me mudé a Miami porque los medios de comunicación latinos que más exposición tienen en el centro y en el sur de América se encuentran ubicados allí. No puedo negar que un tiempo después me enamoré de la ciudad y que estoy agradecido por las bendiciones que se han sumado a mi vida desde mi llegada a la Florida, pero ¿cómo no amar a Venezuela? ¿Cómo no extrañar a mi pueblo? Hasta mis 27 años estuve viviendo en tierra venezolana y aún regreso por lo menos una vez al mes.

Hay personas que critican mi acento adjudicándoselo a una mezcla de entonaciones de varias islas del Caribe pero les cuento cuál fue la ruta que generó mi forma de hablar: nací en Lechería, estado Anzoátegui, a los tres años de edad me mudé al estado Zulia, específicamente a Santa Rita y allí estuve hasta los 11 años. La separación de mis padres me obligó a regresar a mi ciudad natal. Llegué a Barcelona hablando zulianísimo y en un par de años ya había reclutado fuertes rasgos del acento oriental pero sin poder ocultar la crianza de mis años anteriores. A los 16 años de edad me fui a Trinidad y Tobago con la esperanza de estudiar en la universidad de “West Indies” pero mi papá se enfermó del corazón y decidí irme a Maracaibo para estar cerca de él.

Volví a mis inicios y empecé en la universidad. A pesar de haber sido bueno en clases, en algún momento comprendí que la ingeniería electrónica no me haría más feliz que la música, así que cuando mi padre mejoró de salud me volví a mudar con mi mamá a Barcelona y empecé a dejar fluir mis impulsos musicales; ya no podía seguir guardando mis ganas de cantar y escribir por mucho que mi familia no lo entendiera para entonces. Formé parte de una agrupación musical que me llevó a Caracas a una competencia, y en Caracas me quedé porque me invitaron a ser miembro de otra agrupación llamada “Calle Ciega”.

Quería llegar a este punto, no solo porque esa otra cantidad de años en la capital siguieron modificando mi acento sino porque fue con la agrupación Calle Ciega que tuve la oportunidad de recorrer casi todos los rincones de mi patria y me enamoré de ella así como cuando uno se enamora de una mujer. Tantos pueblos increíbles, tanta gente maravillosa, tanta historia popular local, tantas estilos de música y gastronomía. Logré conocer desde la punta del Zulia hasta la linea que divide a Santa Elena de Uairén, de Brasil. No puedo sacar de mi mente ni de mi corazón todas esas vivencias.

Lo único que quizás me detiene a decir que soy capaz de dar mi vida por Venezuela no es el temor de no tener un nuevo despertar sino el temor de dejar a mis hijos solos e indefensos y la verdad es que no he sentido amor más grande que el que siento por mis hijos pero ni siquiera eso podrá detener mi lucha, no a favor de una oposición o de un oficialismo, sino en contra de las injusticias, de las mentiras y la barbarie de los políticos que le hacen daño a un pueblo completo para satisfacer sus necesidades y las de sus familiares, de la delincuencia con cuello de camisa cara, en contra del abandono a quienes no se les oye la voz.

A estas alturas, las opiniones ajenas no tienen la capacidad de hacerle daño a mi paz ya que he trabajado en mantener limpia mi conciencia. Solo Dios sabe cuánto amo a mi Venezuela y no espero nada a cambio por ese amor. Es por amor que uno hace lo que sea.

No es “lo que digo sentir”, es lo que siento, no es un “supuesto” espíritu de defensa, es mi alma cargada de un ímpetu y una voluntad que solo se vería derrumbada con mi muerte. Soy Venezolano y estoy orgulloso de serlo y me sumo a un movimiento sin tinta que se llama: “Nacionalismo”.

Por: Miguel “Nacho” Mendoza.

Publicado en: Caraota Digital.

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